El sábado pasado me remitieron una imagen ¡Y sorpresa! ¡Pero si es mi poema! No sé si llegarán los agradecimientos a los responsable del acto pero yo lo intento:
¡Gracias!
¡Qué amargo sabe el café sola!
Sin embargo, lo tomaré con la esperanza de que en el fondo se dibuje, algún día, un mejor presagio, una señal cualquiera.
Son ya muchos los autores que dicen que publicar un libro es como dar luz a un hijo, no sé lo que supone un parto, ni su preparación pero sé que también cuesta soltar y dejar marchar “a” un libro-hijo.
No tengo claro cuando pensaba hablaros de Diario poético de una cautiva, cuál hubiera sido la mejor forma de hacerlo, ni cuánto tiempo pensaba contemplarlo, protegerme y protegerlo… Pero una serie de acontecimiento totalmente imprevistos, por los que doy las gracias, me acaban de empujar a hacerlo, así que:¡Al agua pato!
Cuando Fernando Pessoa escribió: “moverse es vivir, decirse es sobrevivir”, no podía imaginar que, un día, Hélène Laurent escribiría Diario poético de una cautiva, un poemario que ilustra a la perfección sus palabras. En este libro, la autora “dice” la experiencia de un sujeto poético confinado física y psicológicamente; una mujer que sufre una condena (“¡siete años!”) de la que dan cuenta las palabras, las imágenes y unos márgenes-barrote a modo de calendario de un preso que cuenta los días para la libertad: Un muro que dilata, más aún, la distancia, física y mental, entre el exterior y el interior. “Una cortina de metal, con las grietas suficientes para que el polvo filtre la luz”, es el único contacto con el mundo; la única puerta de acceso a una misma cuando “los pensamientos vienen martilleados por el reloj de pared que clava cualquier sueño a tierra.” Por esta razón, nuestra autora, como Alejandra Pizarnik, parece escribir para que no le suceda (otra vez) lo que teme, para que lo que le hiere no sea (más).