Entró por la ventana un aire frío y traicionero.
Los cristales, antes cómplices, habían desertado
en mala hora.
Y algunos, algo terrible, seguían riendo
como si nada.
¿ Quién será – pensé – el que ha intentado
traicionar mis principios?
¿ Cómo puede ser que a estas alturas
alguien pretenda quedarse con el santo y la peana?
Protestaré.
Sí, protestaré para que al menos todo el mundo sepa
por qué se puede vivir sin esperanza;
por qué hay que soportar que el viento
revuelva los papeles
para saber de qué tengo que morir mañana.
Y llamaré a mis vecinos,
los que siempre viven despiertos:
intentaré averiguar los motivos de que la mañana,
sin avisar siquiera,
venga tan cargada.
Y todo porque, en un momento de debilidad
alguien, en mala hora,
se ha atrevido a abrir la ventana.