Cuando palidece el astro rey,
en un jardín de turmalina obscura,
con nocturnidad, ajenas a ley
alguna, ocultas en la espesura
de un mar de bronce de excelsa grey;
florecen rosas que se apresura
en asir mi corazón vehemente,
entre Salamanca y Benavente.
La noche entiende del verso que salva.
Mientras lo banal se hace importante
lo esencial arde al albor del alba.
Se salva una vida insignificante
según otras perecen a mansalva;
mas por siempre serás mi eterno amante.
¡Vuela! ¡Corre! ¡Huye como alma en pena!
jardín, tú que cultivas mi condena.
Francisco Escribano (Madrid)
…traspasa la alta sierra! Genial! Un saludo.
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Gracias María. 🙂 Un abrazo.
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