Se escapa la tristeza
entre los recovecos de los dedos, desgastados
de tenerte –y retenerte – unos segundos,
sólo algunos instantes preciosos y precisos.
Se borra tu nombre y tu rostro
tras las esquinas esquivas,
y parece que te irás cantando
una salmodia alegre, o quizá sólo es la despedida,
y yo te esperaré hoy,
y mañana, y por los siglos de los siglos.
Volverás acaso, pero
la lluvia habrá caído implacable,
y ya será tarde.
Tarde para todo.
Jesús Sanz Perrón (Madrid.)