Un beso antiguo me robó un poema,
y una suave seda rozó mi piel.
Sonidos rocosos desde montañas densas
me devolvieron tal beso al atardecer.
Surcaron el cielo las aves lejanas
que cierta mañana decidieron partir.
Un rayo lunar estremeció la madrugada,
y nobles canciones volvieron a surgir:
¡Atad bien las cuerdas alrededor de los sueños,
para que no se expandan más allá del sol!
¡Que se queden paciendo en las colinas del viento
para que de vez en cuando pueda soñarlos yo!